Después de incontables horas, repartidas en varios días, durante meses, a lo largo de estos años, me he dado cuenta del orgullo que por mi siento, por mi esfuerzo, por mi tesón y capacidad para mejorar en el enfrentamiento técnico con la maquina burocrática, y también de la artura que me envuelve y pretende a cada instante tumbarme, destrozarme y de paso arrasar a mi hembra, y destruir a los que quiero, quemandolo todo y vendiendo después el solar en trocitos sin que quede vestigio del nombre de este hombre, transformando mi carne y mis sueños en una nebulosa regada con la sangre del amor que allí iluminaba mi espíritu. Condensándose mas tarde en un reciclado nicho de copia para el siguiente neófito del sistema.
Tal es la fuerza paciente con que el mundo civilizado te desgasta, poco a poco se alimenta de ti, consumiendo pedacitos de tu cuerpo sin pagarte nada a cambio, de hecho eres tu quien además, abonas con tu bolsillo cada macabro festín caníbal que los poderosos se implan sonrientes, limpiándose la grasa humana con las banderas de los patriotas orgullosos, ciegos pues el mundo porta el amor como único estandarte, como único lenguaje de enlace entre sintientes.
Es necesario emprender el viaje largo, ese que no viene en los mapas, ese que no se recorre con los pies y que no puedes tocar con las manos, un lugar que brota de la boca y viaja con el viento. Es vital transmutar la vagancia en fiero zarpazo, ejercer la alquimia sobre el miedo intrínseco y transformar al cobarde armado de la excusa en rudo macho destructor de rascacielos y arrasar las antinaturales urbes que emponzoñan la natura y la fauna del libre.
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